lunes, 16 de diciembre de 2013

Crónica a retazos del que fue a la FIL a presentar su primera novela y, al mismo tiempo, decidido a encontrar más trabajo en su oficio de editor porque está jodido y no sabe cómo llegó a ese estado en la vida.


DÍA 1. Sábado 30 de noviembre de 2013


Parto del Distrito Federal con el sentido de saberme humano en este momento, vendedor de mis horas, esclavo de la realidad y sus obligaciones, cargando sobre mis hombros el conocimiento del único trabajo que sé hacer: libros. Libros bien redactados, bien traducidos, bien formados, y ficciones mías que podrían ser libros. Voy en busca de trabajo como todos los que van en busca de trabajo.
Y también presentaré una novela.



DÍA 2. Domingo 1 de diciembre de 2013



Llego a la FIL después de dejar mi maleta en casa de un mi primo arquitecto, y que agradezco al destino que sea mi primo. En la entrada, encuentro a un escritor amigo, quien con buen ánimo invita el boleto para que yo entre a la FIL y pueda buscar a mis editores, que me tienen uno de esos pases “todo evento incluido”. Soy el escritor de bajo nivel adquisitivo que va ensoñador a presentar su novela a la FIL y por eso alguien, por pura buena onda solidaria de gremio, le dispara la entrada. En las apuraciones, nuestra despedida (llegando y despidiéndose) resulta hasta tosca, pero fraterna.
Voy alegre como el que sabe de la tristeza, como pudiera haber dicho cualquier día de la semana el tao.


Uno considera ser un tipo medianamente culto y de pronto se topa uno con que allá afuera (aquí dentro de la FIL, entre los estantes de la colorida FIL) hay un mundo inabarcable, inaccesible, de libros, de historias, de sagas, y de carencia de tiempo para recorrerlas todos. La medianía culta se transforma en indigencia culta. La triste imposibilidad de la especialización en todos los campos nos asalta ante esa innadable marea de libros.
Lo único bueno es que uno ha leído a Homero y Shakespeare y Cervantes. (Uno es medianamente culto). Y a algunos de los que han venido después. Con eso ya sabe que los volúmenes de literatura que se ofertan tratan de lo mismo, pero evolucionado por los diferentes factores sociales e históricos, crecido, muchas veces retorcido, revuelto. Uno también, con la propia obra, aspira a dar su nuevo ajuste de tuerca a la literatura. Un ajuste de tuerca que quizá pase inadvertido entre tantos libros actuales que también dan su torcedura y probablemente superan nuestras pobres historias.


A la hora del hambre las enchiladas están a 90 pesos. En estos momentos sé que tengo presupuesto presentable, así que me pido una orden. Pero por decirlo de alguna manera, la comida está hecha sin amor. Y yo que he comido unas menos caras enchiladas más sabrosas, comienzo a sentir una especie de pena ajena (mía, por mexicano) con respecto al gusto al que deforman estos malos cocineros los paladares de los israelíes, los argentinos, austríacos, hindúes, españoles, estadounidenses, canadienses, japoneses, chinos, colombianos, bolivianos, latinos, africanos, asiáticos, europeos, australes... La FIL viene llena de extranjeros y estos cocineros le ofrecen lo peor que tenemos para su boca. Y a un precio gandalla. Yo hubiera dado 15 pesos, sólo por la materia prima, y sin propina.
(Me comí hasta la última parte de esas malditas enchiladas, tratando de pensar más en lo que quisieron ser que en lo que fueron y porque no tengo estómago para dejar nada en el plato. Pero en mi triste vida jamás había probado algo tan tieso. La enchilada es amistosa calidez al paladar, jamás un frío reto a los dientes).


La ciudad de Guadalajara, de enorme cielo abierto, suelta en el ambiente el fuerte olor de sus raíces hospitalarias, acoge a la FIL con fervor. Aquellos 119,419 m2 de construcción se llenan de visitantes hasta el tope recorriendo pasillos de colores vivos, inmersos en ese mundo diseñado para invitar a la imaginación, el intelecto, las destrezas y capacidades, a desarrollarse (a seguir desarrollándose) a través de la lectura. La majestuosa ciudad de Guadalajara, en el edificio de la EXPO, está abierta a recibir tradiciones y raíces ajenas como propias por una semana. Uno de verdad no sabe a qué asistir. Hace un plan sobre el programa de mano, pero es un mal plan, porque mucho quedará fuera. Y sin embargo va en busca de lo posible y trata de aquilatar las conferencias a las que acude: lugares donde se extienden ideas, se establecen puentes, se tienden manos, se comparten propuestas, se confirman dudas y se desechan certidumbres, o simplemente se levanta la ceja, incrédulo.


Veo pasar a tanto solitario escritor jugando a las multitudes: eso ha sido reconocer a tanto escritor en la FIL. Reconocer a los que son como uno. Hasta en un oficio tan solitario y desalmado como el de escritor emociona ver multitudes de lectores buscando entre letras algo que les apasione. Se comprueba que la vigencia de las historias se halla más allá del costo que tiene un libro y lo que lo rodea (la fama, la venta o el diseño): es literatura, vida enlatada en palabras, hablando a la vida del lector. Es el diálogo lector-escritor. Y rodeados de eso, de lectores, es como uno se divierte viendo a tanto solitario escritor jugando a las multitudes.
¿A dónde habrá ido a parar esa piedra que se arrojó al estanque?, parece que se preguntan todos ellos (los que reconozco), mientras alguien los detiene y se toman una foto.
Esa noche, en un bar, un editor español de libros técnicos especializados, me contará que de todas las ferias, y que ha ido a Frankfurt y Madrid y así, esta es su favorita.
-Aquí tratan al escritor como rockstar. Y algunos se lo merecen.
-Yo también soy escritor. Vengo a presentar mi primera novela.
-Rocanrol, entonces.


Mi primo arquitecto me dice que en esta ciudad hay una sensación diferente, un ser y estar diferente cuando es la FIL. Como que la gente se relaja.
Luego me echo unas chelas y me quedo hasta tarde escribiendo esto en su sala.


Día 3. Lunes 2 de diciembre de 2013.

En el segundo día de FIL, el escritor con primera novela se siente nervioso. Recibe el mensaje de que requieren su presencia muy temprano en el salón de derechos, al parecer por parte de una agencia literaria que probablemente está muy interesada en vender estos al por mayor. Pero como no entiende de qué se trata eso y cómo le puede beneficiar, consulta con un editor veterano que está pasando justo por allí, quien le dice que ese mensaje quizá signifique que alguien (que además el editor veterano conoce en persona porque trabaja justo con ellos) está dispuesto a representar al escritor con primera novela. Lo cual suena a muy buena noticia. “Ahí me platicas qué pasó”, se despiden.
Avanzando sobre la alfombra azul suena a que un libro (el libro de los desvelos de uno) ha caído en manos de un olfateador de talentos y se está corriendo como fuego. Hay un mensaje allí: ¡alguien le ve futuro a la literatura que el escritor hace con los malabares de su primera novela! ¡Puede que en esas noches de desvelo el escritor haya abierto, palabra tras palabra, una mina de oro!
En fin, que se va a comentarle eso a un su amigo de la editorial, gestor de proyectos, y él le comunica que creen poder intercambiar la novela con una editorial chilena, lo cual tiene al decirlo ese justo grado de precaución necesaria para tampoco darle alas al joven escritor, pero que qué era eso de que lo habían mandado a llamar. “Pues es lo que te quería consultar, que si tú los ubicas. ¿Qué crees que signifique eso? ¿Me acompañas a ver?”, y allí van a ver, directo al salón de derechos, pero no encontraron a nadie y dejaron una tarjeta de presentación.
Media hora después, se encuentra con una amiga community manager y se entera que quienes al parecer llamaban al escritor con primera novela eran otras personas, relacionadas con los representantes de talentos, sí, pero no en el plano de negocios internacionales, sino de amigos que se han colado a la FIL. Y que el mensaje pasó por varias etapas tontas hasta derivar en el hecho de que lo bueno era que aquellos agentes literarios no hubieran estado presentes porque siente que hubiéramos tenido una situación así:
-Hola, ¿qué tal? Me dijeron que querían hablar conmigo -sonrisa de oreja a oreja, ganas de que alguien se tome el paciente trabajo de encontrarle sitio a mis obras en el mundo y no lo tenga que hacer todo yo, dejar esa versatilidad de hombre orquesta para dedicarse por entero a escribir con la seguridad de que alguien se está encargando de gestionar lo que sale de la pluma.
-Y usted es...
-El-escritor-con-primera-novela -hubiera dicho con aplomo y prestancia y luego hubiera pensado: “ustedes lo deben saber mejor que yo, ¡ustedes me mandaron llamar para convertirme en estrella internacional!”
-No, no lo conocemos. ¿En qué les podemos servir?
Pero no pasó eso.
Todo se debió a mensajes equivocados y que al menos pude desactivar a tiempo.


Pero ya que está enterado que hay allí agencias literarias, ¿por qué no?, mostrarles la obra y quién sabe si es chicle y pega. (Aunque lo más probable sea que se interesen en el asunto hasta que yo haya agotado al menos un par de ediciones completas en el menor tiempo posible. Ja.)


Tengo una canción que se llama “repartiendo tarjetas voy”. Porque pase lo que pase con mi obra de ficción, ando buscando el trabajo que sé hacer. Y voy cantándola en mi mente (y eso me quita el mal sabor de boca del malentendido) cada vez que encuentro a alguien que tiene una editorial y nos saludamos, hormigas tocándose las antenas, intercambiando esos rectángulos de datos en papel. “Repartiendo tarjetas voy / y un buen editor yo soy”.
Una rima sencilla, pero está acompañada de poderosas guitarras eléctricas. En fin. Pedir trabajo es vivificante, aunque pueda ser que no se consiga.


Rocanrol, entonces. Voy al stand de mi editorial y de repente veo que alguien mira el libro y me acerco a comentarle que yo lo escribí. Me mira incrédulo y luego ve la fotografía. Y nos despedimos y se va a seguir recorriendo ese indescifrable laberintos de libros. Pienso que es
a) otro lector apretado de fondos, que le encantaría pero no tiene más que su credencial para votar en la cartera, como yo ante todos los libros que quisiera adquirir.
b) un ser humano que piensa que ese escritor (yo) parece medio loco y lo mejor es evitarlos (abajo el rocanrol).
Con respecto a ese hombre, prefiero seleccionar el inciso a) y me siento a una mesa del stand a repasar mi plan de recorrido por la FIL. Entonces alguien adquiere el libro. Veo a mi lector tomarlo, leer un poco la contraportada, y llevarlo a la caja, donde le indican que el güey que está allí sentado, que simula no sentir emoción, es el escritor de esa-novela.
-Ah, pues póngale la firma.
-Por supuesto, cómo no.
Y esa firma es un abrazo agradecido a esos valientes lectores de primeras-novelas que se arriesgan por lo que no conocen, sólo por el hecho de que su espíritu de lector desprejuiciado les pide la aventura del azar.  


Llega en la tarde una amiga editora con la que he trabajado libros educativos y me comenta que es la primera vez que está en la FIL. Por supuesto, hay que conseguirle el programa de actividades, para que vaya tomando consciencia del maratón que es. (Yo en dos días he querido estar en todos lados). Actividades encimadas unas de otras. Conferencias que se deben ver y escuchar. Libros que se presentan para alimentar el río confuso, revuelto, de la literatura. (Y aunque por momentos se pensaría que aquí, en estos kilómetros de libros están todos los libros, lo cierto es que no lo están).
Le comento que esto, por supuesto, es mucho más divertido que, por ejemplo, una feria de tractores.
-Nunca he estado en una feria de tractores.
-Yo tampoco. Pero supongo que las empresas fabricantes de tractores o distribuidores se reúnen en alguna convención. Y entonces toda la papelería del evento, el espectáculo del diseño, presenta sólo tractores y tractores. Aquí, en cambio, la posibilidad del juego que dan ideas y visiones literarias hace que los diseñadores suelten más su imaginación.
-Bueno, tú ya andas como pez en el agua, ¿verdad?
Me doy cuenta que sí. Es sorprendente y digno de admirar el hecho de que haya tantos editores y escritores, mujeres y hombres reunidos en un mismo sitio, compartiendo ideas sobre el libro, la lectura, la industria, el lenguaje, el contenido y el continente, el futuro y el pasado, lo extranjero y lo nacional, lo virtual y lo real. Me gusta estar aquí, en Guadalajara, adentrado en mi medio de trabajo que, he de decirlo, a veces es muy gratificante.


Y uno se regresa a la casa del primo en camión. Comienza a leer unas revistas que le han dado y de la mi bolsa se caen unos tres, cinco pesos. Un pasajero le advierte de la caída de los pesos y uno los recoge. Entonces, de la nada, la señora que va al lado dice que en este país no estamos para tirar el dinero (uno está de acuerdo), pero eso es justamente lo que hacemos, por otra parte, con los gobernantes que tenemos (y uno está más de acuerdo).
-O con los parásitos del sistema -continúa ella-, como esa señora, Quien-fue-candidata-a-la-presidencia-por-un-partido-grande, a la que le grité sus cosas cuando estaba en una conferencia de prensa. Hasta me quisieron callar los reporteros, pero no me dejé... Es que no es posible, yo he vivido la mayor parte de mi vida en el extranjero y me da coraje de verdad que los políticos parasiten a mi país con su corrupción y sus aires.
-¿La quisieron callar los reporteros?
-Sí, me dijeron que no era el momento... Pero a ver, ¿cuándo va a ser el momento?... Yo no la encuentro todos los días, ¿o qué? ¿Voy a esperar a que alguien hable por mí?
Y de pronto el pasajero que me ha avisado de mis pesos tercia en la plática y ese camión que parte de la Expo y llega más allá del estadio Jalisco se convierte en una mesa de opinión sobre política y las asechanzas de lo que se viene con las reformas del presidente mal peinado. (Actualización: ya fueron aprobadas, por desgracia). Y en esa mesa, otro pasajero incluso saca de su mochila un libro que acaba de adquirir y del que recomienda su lectura. Y el chofer de vez en cuando, cada que el semáforo se pone en rojo, se voltea, frunce el ceño con agradable incredulidad y se sonríe un poco. ¿Será eso a lo que se refería mi primo con el espíritu de la FIL que hay en la ciudad?


Día 4. 3 de diciembre, martes

Los que me conocen saben que ayer también fui al feisbuq. Dejé un post con fotos rescatables y me salí. Luego seguí escribiendo hasta tarde estas impresiones. No fui a una fiesta a la que una socia sí. Cuenta que hubo baile, hubo fiesta, hubo chelas gratis (para ellas y aunque no eran gratis) y yo no estuve allí. Yo quise saber si debía ir, pero por más que marqué no me respondieron y mi flojera (y los viáticos) me dejaron en casa de mi primo. Eso no impidió que me tumbara un par de cervezas allí y me acostara tarde y cansado. No llegué en la mañana. Arruiné dos horas el plan FIL (llegué sólo para enterarme que el criterio que se usaba para contratar traductores en un plan internacional de traducción bajo la égida del gobierno de Argentina, era cuando los burócratas le preguntaban a alguien de una editorial si conocía a un traductor y ya iban recomendados... así). (“¡Pues sí!”, me dirán después mis editores, poniéndome otra vez con los pies en la Tierra, “bienvenido a América Latina”.)


Yo repartiendo tarjetas profesionales:
-Soy el corredor de carreras y el mecánico y sé traer piezas del extranjero y pintar carrocerías con diseños bien locos o bien cuerdos, según las necesidades. Para conducir el libro, el pulso no me falla porque soy experimentado y sé exactamente dónde está la curva y dónde está la recta, además de que también conozco la forma de acelerar en digital. Además cuando manejo no tomo y viceversa. ¿Qué más se necesita para que yo corra algunos circuitos para tu escudería?
Pero por supuesto no es así. No, no, siempre es un poco más formal e inexacto...



Día 5. Miércoles 4 de diciembre de 2013

Me levanto tarde después de haber estado la noche anterior hablando en voz alta para tratar de encontrar las palabras que definan un poco lo que es mi primera novela. En algún momento, mientras camino el pasillo balbuciendo ideas, me viene a la mente un hecho: uno escribe porque mediante la palabra hablada es muy malo. Uno escribe para no tener que explicarse. La obra se explica a sí misma ante los demás y si se es lector, ella hablará. Uno escribe porque la velocidad a la que van cayendo los caracteres sobre la hoja en blanco permiten al cerebro encontrar, a veces, la palabra justa. Al hablar uno, que siempre se ha negado sistemáticamente a los brindis o los discursos, ha desarrollado con mayor éxito la glosolalia y la inexactitud.
Pero a las doce del día, con algunos bocetos mentales, se instala frente a la silla y el reportero con grabadora en mano a la que da clic y está perdido: para siempre quedarán grabadas en bits sus dudas. Sin embargo, uno fluye sin darse cuenta por caminos tersos. Quizá es la cara comprensiva del entrevistador o la libertad que presta a las preguntas para que el entrevistado se pueda ir por las ramas y yo, chango verbal, brinco de una a otra casi con soltura, excepto que a veces una rama se rompe y tengo que sujetarme de otra hasta atravesar el bosque de mi propio discurso seco y quebradizo.
El reportero apaga su grabadora y con una gran sonrisa agradece la entrevista y desaparece. 
(Las siguientes entrevistas del día me darán nuevas oportunidades para demostrar mi falta de pericia expositiva. ¿Dónde habrá quedado aquel hombre que podía pontificar sobre cualquier tema?Ah, sí, ese tenía dos cervezas en el cuerpo y se quedó en la barra de un bar en el pasado).


Pero rocanrol.


Por la noche, sin saberlo, acudiré a una reunión casi clandestina. No es que se trate de una sociedad secreta, pues la invitación se ha rolado por todas partes. Una revista cultural (contracultural) cumple veinticinco años y convocan a una sesión larga de canto, charla, alcohol y quizá baile. No todas las publicaciones periódicas pueden jactarse de haber alcanzado un cuarto de siglo en un país donde cualquier iniciativa de ese tipo tiende a desaparecer, a veces, en su primer número. Una de las cantinas más tradicionales de Guadalajara, de esas de gran alcurnia e historia, será la anfitriona de la recepción. Pido aventón y me lo dan y en el camino resulta que estoy con el mero mero editor, un tipo de voz carrasposa y sarcasmo a flor de piel, que cuenta que el próximo número de su revista visitará las hazañas y desfazañas de los zombies. Yo le comento que tengo un cuento que se titula “El perro zombi”, de vena realista porque es un hecho misterioso que ocurrió en verdad. Historia verídica y calibrada por el método científico. (Ahora sólo falta que la acepten).
Llegamos al enorme salón donde ya hay una mesa puesta para los conferencistas, templete y sillas y mantel. En lo que esperamos que el lugar reúna a más personas, nos dirigimos al salón del fondo, hacia la barra, donde en el otro par de mesas comienza a ser ocupado por otros convidados, escritores que llenan páginas de diarios, ex rectores de universidades, editores de grandes editoriales independientes. Pero no son muchos. Apenas unos veinte, quizá. Cuando ha pasado un rato y parece que nadie va a venir, el editor de la revista se encarama en un taburete y pide silencio a gritos y decide que mejor ahí, en la barra se hará la presentación del evento, en lugar de seguir el protocolo (y el dueño de la cantina, más que enfadarse porque puso a sus empleados a poner el templete con anticipación, parece tomarlo con verdadero sentido del humor: se trata de otra travesura de ese hombre que se dedica a las letras y que no cree en los convencionalismos de ninguna especie).
Y a partir de allí, en el discurso se comparten anécdotas de la vida acelerada, se agradece por la amistad de los colaboradores, se habla de la necesidad quizá de convocar a la OFFIL, una serie de eventos antagónicos (probablemente complementarios) al programa de la FIL, pero desde el ámbito subterráneo.
Tras esto, un trovador mexicano de larga trayectoria en el mundo de la música, toma la guitarra y me tienta los resortes del alma con la letra imperiosa de una canción que lleva años rolando y que conserva su frescura horriblemente: “amo a mi país, pero él no me ama a mí”.
Pienso al recorrer con la mirada el espacio en el que estamos, que de cierta forma, aquella pequeña reunión (“selecta”, diría un quedabien, “desangelada”, señalaría un forastero; “íntima”, quizá pensaron entre ellos, que se conocían y reconocían), después de veinticinco años de trajinar de aquí para allá, de explorar unos trescientos temas en todo ese tiempo, no responde a todo lo que han sido. O responde por completo: esta gente excéntrica, escritores, editores y exrectores son el underground: están reunidos por fuera de los protocolos para celebrar casi en secreto al fondo de un bodegón enorme que, según me entero, suele ser normalmente un salón de baile. Y así, después de tanto tiempo, me siento en el lugar exacto. Y aquella banda heterogénea, aunque escasa, mantiene despierta a Guadalajara hasta las cuatro de la mañana. (Yo no he llegado a esa parte. Yo me he regresado como a la una a casa de mi primo en un taxi para tratar de despertar temprano para el día de la presentación).




Día 6. Jueves 5 de diciembre de 2013

Ha llegado el momento y la preparación nocturna que había ensayado días antes, se ha borrado de mis labios. Vuelvo a no saber cuál será mi intervención cuando mi editora le pasa el celular-micrófono al escritor que nos acompaña. Pero la actitud de mi presentador (por cierto, de lujo), a quien no trataba, pero de quien en la universidad había recibido una clase de cuento (que dicho sea de paso, me ayudó con una narración), y que espero seguir tratando, me infundió ánimos. Había un pequeño problema de sonido: lo que nosotros decíamos se retrasaba un segundo antes de salir a borbotones de las bocinas. Mi presentador se lo tomó con humor, señalando que aquella transmisión llegaría con diferencia porque nos comunicábamos desde la Luna, y luego, con amabilidad y buena actitud, hizo una sinopsis de mi novela que me pareció justa y muy elogiosa (y me la creí). Su atenta lectura me dio, por primera vez, idea clara de lo que yo había escrito. Y me sentí orgulloso. Mi obra estaba allí, metiéndose en el río de las palabras.



Mi intervención, por supuesto, es completamente olvidable: súmele a mis nervios en aquel stand que mi voz me desagrada y me llegaba repetida por las bocinas y me hacía tropezar. ¿En verdad acabo de decir lo que escuché que dije? ¿Puedo decir lo que quiero decir sin que esa voz me interrumpa? Y a tumbos, pero feliz, terminé mi participación. Y hubo firma de ejemplares, entrevistas, fotos, brindis de honor y en aquella feria me sentí de pronto subido al carrusel de las sorpresas, a la rueda de la fortuna, a los carritos chocones, al viaje espacial, entre los tantos rostros que la Feria tiene, ha tenido y tendrá, dejando mi libro en manos del azar y de esos lectores que, numerosos e interminables, congestionándose en el tránsito de personas la mayor parte de las veces con entusiasmo, pasaban por las diferentes casas editoriales y miraban portadas, contraportadas, leían fragmentos en voz baja o alta, metidos en su mundo y dispuesto a meterse con toda su imaginación (o el entusiasmo, en el caso de los libros técnicos) en los mundos que habitan esos artículos de papel y tinta que, innumerables, esperemos, duren muchos años más, insustituibles como la FIL.